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Internacional

05 de Noviembre 2012.- El voto de los 8.000 habitantes de uno de los rincones más prístinos de EEUU, el lago Iliamna, en Alaska, no determinará el resultado de las elecciones, pero su resultado puede transformar sus vidas y el lugar que habitan, donde proyectan la mayor mina del mundo sobre el caladero de salmón salvaje más saludable del planeta.

A unos 300 kilómetros al suroeste de la ciudad más poblada de Alaska, Anchorage, la cabeza de cuenca de los ríos Nushagak y Kvichak alberga el mejor yacimiento de según qué tipo de "oro" dependiendo de a quién se pregunte en el Estado más grande y rico en recursos de Norteamérica.

Para John Shively, director de la empresa Pebble, la zona es el lugar ideal para explotar durante 100 años una mina abierta de cobre, oro y molibdeno; para la industria pesquera, es una cuenca cuya buena salud reporta beneficios de 500 millones de dólares anuales; y para los indígenas que la habitan, es la base de su sustento y de sus vidas.

Sus diferentes puntos de vista componen las piezas de un puzzle sobre el mayor dilema de nuestra era: extracción a gran escala de minerales cada vez más demandados por la sociedad versus conservación de uno de los, cada vez más escasos, ecosistemas en buen estado del planeta para preservar los servicios que aporta.

La mina Pebble, en Alaska, es probablemente el proyecto de Estados Unidos con impacto ambiental que más dependerá de quién sea el ocupante de la Casa Blanca durante los próximos cuatro años.

Los dos gigantes mineros, Anglo American y Northern Minerals, formaron este consorcio hace unos ocho años para explorar el potencial de un yacimiento con 10 billones de toneladas de minerales, de los que el 60 % es cobre, el 30 % oro y el 10 % molibdeno.

La mina requerirá nuevas instalaciones eléctricas para suministrar una cantidad de energía similar a la que consume la ciudad de Anchorage; una carretera privada de 140 kilómetros, un oleoducto y represas para almacenar billones de toneladas de residuos tóxicos.

La actitud favorable del Estado de Alaska, propietario de los terrenos y gobernado por los republicanos, ha llevado a Pebble a invertir 120 millones en diseñar una mina que emplearía a unas 1.000 personas y para la que, sorprendentemente, aún no se ha pedido autorización.

Antes de darle tiempo a que lo hiciera, la Administración Obama, a través de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, en sus siglas en inglés) ha frenado en seco el proyecto con un informe en el que, con una contundencia sin precedentes, alerta de la elevada posibilidad de vertidos de una mina de estas características situada en una zona de gran actividad sísmica.

La EPA dice que existe un altísimo riesgo de contaminación de esta cuenca del tamaño de Irlanda, en la que 40 millones de salmones rojos salvajes acuden a desovar cada verano procedentes del Pacífico; y advierte de que la Ley de Aguas le da derecho a veto.

"El informe de la EPA es pura basura redactada con prisas en el último año. Es legalmente cuestionable, porque ni hemos pedido el permiso; arbitrario, porque basa sus afirmaciones en lo que pasa en otras minas que utilizan tecnológicas menos avanzadas; y no tiene en cuenta nuestra promesa de restaurar los hábitat dañados", asegura Shively a Efe.

Carol Woody, una bióloga que lidera una coalición de científicos contra la mina, considera sin embargo que "ni con la mejor tecnología minera es posible evitar derrames", y recuerda que, "dada la alta la toxicidad de los contaminantes liberados, éstos son tremendamente costosos, lentos de limpiar, y sus daños pueden ser irreversibles".

Para Athabaskan -una de los más de 8.000 nativos de la zona- y su familia, esa mina "es el fin" de unas vidas basadas en la subsistencia: en el salmón que pescan en verano y ahuman para comer en invierno cuando la climatología hace imposible otra actividad en esta parte del mundo.

"El dinero y los trabajos que ofrecen no significan nada para nosotros. El único oro que queremos es el rojo, nuestros peces, y si lo perdemos nos quedamos sin nada", explica a Efe emocionada esta mujer de 60 años, que forma parte del 86 % de los nativos que han dicho "no" a la mina en un referéndum.

La cara más conocida en la lucha contra Pebble es la del actor Robert Redford, quien ha logrado que las principales empresas pesqueras y de restauración americanas se posicionen contra la mina; y que 50 grandes firmas de joyería, como Tiffany, se hayan comprometido a no comprar su oro.

A juicio de Shively, resulta contradictorio que esas mismas voces reclamen también "más tecnologías limpias", como paneles solares, turbinas eólicas o coches eléctricos, ya que "el cobre es indispensable para fabricar todo eso, y alguien tiene que sacarlo de la tierra".

Al portavoz de WWF en Alaska, David Aplin, no le cabe duda de que esta empresa aguarda "a un presidente más favorable y una EPA que no ponga trabas", para que Pebble no pase a la historia como el primer proyecto minero que no sale adelante en la Historia de un estado tan pro-extractivo como Alaska.

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