Internacional
La flota constaba de 12 goletas a vela con cuatro mástiles, casco de acero y electricidad sobre cubierta. Las más grandes medían hasta 300 pies de eslora.
Lunes 24 de Diciembre de 2012.- En días navideños se antoja contar historias. Referiré una casi desconocida, incluso por los historiadores: la ruta del cobre entre Hamburgo y Santa Rosalía, BCS, por Cabo de Hornos, de 1886 a 1914. Su formación, función y suerte son descritas en el libro To Santa Rosalía, Further & Back, por Harold D. Huycke (The Mariners Museum, Virginia, 631 pp. 1970), magnífica edición encuadernada con mapas y fotografías de las embarcaciones (hay ejemplares en venta en internet). Contaré lo que recuerdo haber leído.
La flota constaba de 12 goletas a vela con cuatro mástiles, casco de acero y electricidad sobre cubierta. Las más grandes medían hasta 300 pies de eslora. Su función era transportar carbón de Hamburgo y Gales para la fundidora de cobre de la compañía francesa El Boleo en Santa Rosalía. La travesía duraba 56 días. Mientras estaban surtas, las goletas fungían como almacén del combustible y casi siempre había más de una en espera. Una vez descargadas recibían planchas de cobre como lastre y zarpaban hacia San Francisco, Tacoma y Vancouver por trigo y madera para Europa. De ahí el título del libro: A Santa Rosalía, más allá y de regreso.
Lo singular es que ninguna de las goletas regresó a Hamburgo a causa de la Primera Guerra Mundial. El libro no explica cómo fueron llegando una tras otra a Santa Rosalía sin que la tripulación sospechara que no regresarían. Ocurrió que la empresa naviera desapareció en la guerra, pero alcanzó a despachar la flota entera. Las naves se quedaron en Santa Rosalía con todo y tripulación a partir de 1914. El libro de Huycke contiene una foto panorámica de todas ellas fondeadas dentro y fuera del puerto. Algunas yacen hundidas ahí, otras fueron desmanteladas, una volvió a navegar en los años 20 y hay otra en un museo naval de Estados Unidos.
La flota era mercante, pero la tripulación era regida por el código de la fuerza naval alemana. La mayoría de los tripulantes eran alemanes entre los 16 y los 20 años que cumplían el servicio militar mientras aprendían un oficio y ganaban un sueldo. Al quedar varados en Santa Rosalía, sin patrón, sin sueldo y sin destino, empezaron a desertar. La mayoría emigró a Estados Unidos, otros se dispersaron por el noroeste mexicano y algunos se reclutaron al ejército revolucionario de Álvaro Obregón en Guaymas.
Conocí a uno de ellos, Franz Schmidt, que se quedó en el oasis de San Ignacio, cerca de Santa Rosalía. Era rubio y correoso, pero no recuerdo su rostro. Los mayores aconsejaban mantenerse a distancia de él por sus arrebatos de furia. Se casó con una tía de mi abuela y tuvo una nieta de mi edad, muy hermosa y melancólica.
Resulta que Franz Schmidt había matado al mayordomo de su embarcación en un ataque de furia bajo una tormenta en Cabo de Hornos. Lo golpeó con objeto contundente y el hombre cayó al mar. Así que Franz Schmidt fue encadenado en el calabozo de la nave hasta Santa Rosalía, donde permaneció preso, hasta que sus compañeros lo liberaron para que se fugara.
Franz Schmidt se había embarcado en Hamburgo como aprendiz de herrero a los 17 años y ahora huía por el desierto del Infierno con una botella de cerveza en cada mano. Caminó 77 kilómetros en dirección noroeste hasta San Ignacio, donde se estableció como el herrero del pueblo. Cuando lo conocí tenía un taller mecánico frente a la casa de mi abuela, desde donde lo veía trabajar, enfundado en pantalones de pechera.
Un día en ese taller, el anciano Franz Schmidt roció sus ropas con gasolina y se prendió fuego. Cuentan que repelió a manotazos e improperios a quienes intentaron sofocar sus llamas.
Joseph Conrad proporciona escuetas noticias de la ruta del cobre en El espejo del mar, que incluye una entrevista con el capitán de una de las naves, un escocés del que Conrad sacó al personaje capitán McWhirr de Tifón. La ruta del cobre es para Conrad “la última escuela de navegación” como escenario de la confrontación de la existencia con las fuerzas del océano. El entrevistado patentaba que la gente de mar tiende a encerrarse en una densa melancolía.
Pero la mayoría de las vidas reconstruidas por Huycke son inocuas o venturosas. Algunos tripulantes se convirtieron en pioneros de la exhibición cinematográfica y otros formaron orquestas en México y Estados Unidos (las naves tenían cine y orquesta).
El autor de To Santa Rosalía, Further & Back es hijo de un capitán de esas naves y capitán de puerto él mismo en San Francisco. En 1946 organizó la expedición de rescate del navío de su padre, encallado cerca de Santa Rosalía, para remolcarlo hasta San Francisco como pieza de museo.
Milenio/Yancuic