Chile
15 de Octubre de 2010.- Una llamada de sus jefes de la estatal del cobre Codelco el 8 de agosto alertó a André Sougarret que al día siguiente debía presentarse en el La Moneda donde lo recibiría el mandatario Sebastián Piñera. No imaginó que le encargaría rescatar a 33 mineros atrapados en el fondo de una mina.
“Me dijeron que tenía que venir acá, a la mina. El Presidente trató de explicarme el problema”, dijo Sougarret, y explicó a la agencia AP que no comprendió de inmediato la dimensión del que sería su mayor reto profesional y personal.
Con su cara de bebé, baja estatura y un impecable casco blanco con su nombre escrito al frente, voló a las cuatro de la tarde del lunes Copiapó y de allí fue a la mina San José, con miembros de su equipo de trabajo, como René Aguilar, con el que ha laborado en Coldelco los últimos siete años.
Dijo que al llegar a la mina, donde el jueves 5 anterior habían quedado atrapados los mineros en la desértica región de Atacama, todo era confusión.
El inédito rescate concluyó 69 días después del derrumbe y causó expectación mundial. Se estima que más de mil millones de personas en el orbe lo siguieron en directo por televisión.
Su misión: abrir una vía de escape para los 33, cuya ubicación se desconocía, y no se sabía si estaban vivos.
Como gerente de minería del yacimiento El Teniente, la mayor mina subterránea de cobre del mundo, Sougarret, de 46 años, entró a un enjambre de rescatistas, bomberos, policías, voluntarios y sobre todos familiares en busca de noticias.
De modales suaves, Sougarret, ingeniero en minas, tomó la primera decisión: organizó al equipo de trabajo, despidió a los rescatistas hasta que hubiera a quien rescatar, y pidió un mapa de la mina.
Con Aguilar, de 35 años, gerente de riesgos y especialista en recursos humanos de El Teniente, comenzaron a organizar sus “tropas” y a planificar el rescate. Al final, terminó trabajando al mando de un ejército que incluía a especialistas y empresas extranjeras.
El martes 10, Sougarret, ya convertido en jefe del operativo, y Aguilar como su segundo, entraron en camioneta a la mina de más de 800 metros de profundidad, en operaciones desde fines del siglo XIX, pero con sistemas extractivos no planificadas que fueron comiéndose la roca que la sostiene.
“Nosotros pensábamos que estaba derrumbado. ¿Qué significa derrumbado? que son piedras sueltas”, dijo. “Pero lo que encontramos fue un bloque, una lápida, como cuando vas en un ascensor y se abre la puerta” y se queda entre dos pisos y sólo se ve la pared. Una piedra sólida, era un bloque tremendo”.
Ese bloque se llama megacuña en minería, dijo Pablo Ramírez, jefe de turno de noche, que estaba afuera al momento del accidente.
Cubría de un extremo a otro el acceso en forma de caracol, que entra y sale a la mina a lo largo de siete kilómetros desde la superficie hasta el fondo, narró Sougarret.
Reveló que el bloque apenas estaba sostenido por roca y que tocarla o perforarla era imposible sin correr el riesgo de otro derrumbe de al menos 700.000 toneladas de piedra, como el primero.
Recopilaron información de al menos tres obreros y mineros que lograron salir poco antes del accidente.
“Fue importante hablar con los tres últimos que salieron...porque conocían (la mina), dónde podían estar (el grupo atrapado), sabíamos que tenían agua, estanques de agua, que tenían aire”, recordó Aguilar al subrayar que la mina tiene chimeneas o ductos que van de arriba abajo para ventilación y para que salgan los gases.
El problema de bajar por uno de esos ductos era que el camino fue cortado por el derrumbe, dijo Sougarret.
El derrumbe se produjo a 355 metros de profundidad y se elevó hasta los 190 metros, tapiando sectores enteros de la rampa de acceso, dijeron los rescatistas.
“Fuimos construyendo una idea por dónde podían estar”, dijo Sougarret recordando que por los testimonios de lo tres mineros deberían estar atrapados más abajo, a unos 700 metros, cerca de un taller y de un refugio. “Ya con todos esos elementos, claramente uno podía decir, ’hay una esperanza”’, dijo.
Cuando Sougarret llegó a la mina, siete distintas empresas mineras ya estaban usando sondas o perforadores pequeños en un intento de llegar a los hombres.
Definieron hacer tres tipos de sondaje, o usar equipos que tienen mayor o menor velocidad como apenas un metro por día, pero con mucha precisión. Dirigieron las sondas hacia el taller, a unos 622 metros, y al refugio, a 700 metros de profundidad, guiados por los datos de los tres mineros, y los mapas.
Pero las máquinas tenían limites de operación y además carecían de informes geológicos sobre la roca, su dureza. “Fuimos aprendiendo en la medida que íbamos perforando y los días empezaron a pasar”.
“Yo lo que tenía claro era 30 días como mínimo iban a aguantar, 40 (días) dependiendo del estado de salud de las personas, con aire y agua, sin alimentación. Como una huelga de hambre. Ese era como el dato que yo manejaba en mi cabeza”, aseguró Sougarret.
Y tuvo una crisis el 19 de agosto.
El sondaje pasó los 700 metros, “pasó los 710, pasó los 720 y llegamos a los 770 y no encontró nada”. Se había desviado, había pasado muy cerca, pero no al lugar exacto.
“Después supimos que ellos lo sintieron (el taladro) y ahí fue una crisis con las familias, estaban muy molestos porque no habíamos tocado” el punto donde estaban los mineros.
“Hubo reuniones, hubo protestas, fue dura, pero la gente tenía credibilidad en nosotros”, aseguró Aguilar.
No pararon de trabajar y desde ese jueves hasta el domingo 22 de agosto “la historia es más conocida, rompió la sonda” , cuando el martillo de la máquina llegó a una zona a unos 50 o 60 metros del refugio y los mineros le pegaron un breve mensaje “Estamos bien en el refugio los 33”.
A la semana siguiente rompió otra sonda y una tercera en los días subsiguientes.
Ya el mismo domingo 22 de agosto y con planes de hacer un túnel para llegar a los hombres, arrancaron con el Plan A de rescate al traer la primera de tres perforadoras, de mayor tamaño que las sondas, porque Sougarret dijo que deseaba tener varias alternativas.
Con las primeras sondas aprovecharon para hacer los tubos o “palomas” de envíos a los mineros: la primera para entregarles agua, la segunda para comida, infraestructura de comunicaciones y aunque la tercera la consideraban para enviarles aire, lo solucionaron alternando envíos de agua y aire en la primera sonda.
Con la tercera sonda libre ya “tenía gracia, (porque) ya había tenido contacto, habíamos llegado, no teníamos que trabajar con la precisión y la usamos de guía y aparece el Plan B” ,o la segunda perforadora para que llegara al taller al cual tenían acceso los mineros por un pasillo de 360 metros desde el refugio.
Pensó también en una tercera perforadora grande y en medio de decenas de propuestas, sus asistentes decidieron que fuera una petrolera, que se llamó el Plan C.
“Ya con tres planes era suficiente para dos objetivos que andábamos buscando: acortar tiempo y minimizar riesgos”, como un desvío del túnel, que se desmoronara. “Había muchas cosas que estaban ahí que yo no las podía controlar y que la única forma de minimizar (riesgos) es tener alternativas”, agregó.
Con las tres máquinas avanzando era cuestión de tiempo que una llegara.
“Ya estaba con seguridad que con algunos (de los planes) íbamos a llegar y que los plazos no eran tres o cuatro meses, sino noviembre, primera quincena de noviembre”, reveló.
Calculó el desempeño diario de las máquinas y apostó por tres fechas: 1 de diciembre el Plan A que llegaba directo al refugio; 10 de octubre para el Plan B que llegaba al taller, y 30 de octubre el Plan C, que llegaba a una zona intermedia entre el taller y refugio (La Segunda/AP).
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