Sergio Vargas, Socio Global Business
No parece del todo alentadora, la encrucijada que como especie nos hemos impuesto en materia medio ambiental en pleno siglo XXI y era del conocimiento, ya que las pérdidas a nivel global de la biodiversidad son un hecho.
Una de las consideraciones, inherentes a comprender el estadio de la sostenibilidad en el mundo, supone aceptar un aspecto que resulta de alta complejidad, por un lado referido en términos amplios, al deterioro y contaminación de suelos con destino agrícola, de contaminación por residuos industriales, urbanos, sanitarios; de aumento de la deforestación a nivel global, así como del deterioro de la capa de ozono, en definitiva y como consecuencia de lo anteriormente señalado: pérdida de biodiversidad a nivel global.
Sólo como muestra, en diciembre de 2013, se hizo público en Chile, el “Informe País: Estado del Medio Ambiente Chile 2012”, en el que se evidencia la seriedad del deterioro del patrimonio natural, y que lamentablemente se ha reducido en los últimos 10 años. Ahí se señala que: “Chile está ahora más reducido y sus ecosistemas han perdido componentes y grados de funcionamiento”. (5to Informe, del Centro de Análisis de Políticas Públicas, del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile).
En esta perspectiva, nos encontramos con un problema de perfil sistémico y de resolución ética, tanto al momento de cuantificar correctamente qué impacto tienen las emisiones de gases invernadero que cada economía genera y las consecuencias de esta situación a nivel global, en particular en relación con el cambio climático. Todo ello, nos permite plantearnos distintos aspectos, relativos comprender cuál es el rol de las personas, empresas y gobiernos para lograr abordar una situación tan compleja, global y tan significativa como el calentamiento global y sus alcances para la vida.
En esta línea de pensamiento, resulta imposible pasar por alto el rol que deben jugar, tanto los gobiernos como las empresas, a la hora de incorporar cambios que se traduzcan en una nueva forma de producir y articular sus propias economía.
Lo cierto, es que la realidad no resulta del todo optimista, esto se funda en la compresión que no todos los actores corporativos -empresas que no adhieren, o lo hacen por razones reputacionales o por simple presión de los inversionistas a políticas de sostenibilidad-, ni los gobiernos -USA fuera del "Tratado de Kioto" y aportando un 25% a nivel global de gases invernadero-, están plenamente conscientes del papel que juegan en este contexto al momento de producir de modo sostenible, ni cómo deben asumir su propio rol respecto de adoptar posiciones y políticas corporativas, en particular cuando no logran resolver un problema fundamental para fijar incentivos en este cambio de funcionamiento. Me refiero, a la incapacidad de medir, la rentabilidad de invertir en políticas y prácticas operacionales que tiendan a fijar conductas sostenibles en sus procesos. Sobre ello, Carlos Vergara, en el (“Reto de la sostenibilidad en las empresas” de Harvard Deusto Business Review"), indica que la disponibilidad corporativa, en estas materias existen, pero se enfrentan a un problema: La falta de correlación entre la sostenibilidad y el valor del negocio. Por ello se ha puesto como una necesidad la importancia de cuantificar el valor de las inversiones en esta materia, caso contrario, indica, corren el riesgo de convertirse en un gasto operacional más y estos, en esa condición, tienen el riesgo latente de ser eliminados en cualquier momento.
Además hay que señalar dos tendencias que se contraponen. La primera señala que algunos segmentos de consumidores, parecen preferir productos que se elaboran bajo parámetros de sostenibilidad. La segunda, adhiere a que no hay fidelidad de marca, sobre muchos productos de consumo a nivel global y eso lleva a establecer tendencias sobre las preferencias, y fundamentalmente sobre el valor final de productos, de modo que si las empresas que los producen no son sostenibles, eso no les hará cambiar de opinión sobre su forma final de consumo.
Entonces, tenemos una dicotomía latente, pues si no hay relación definitiva entre ser sostenible y rentable, la evaluación de las acciones corporativas sostenibles se debilitan o al menos se hace más lenta su integración, en particular cuando las legislaciones y la institucionalidad medioambiental de cada economía, no afecta a muchas industrias y empresas, por lo que seguir en el mercado sin tener que responder por sus operaciones a la obligatoriedad medio ambiental de cada país o de ética y sostenibilidad, no parecen suficiente incentivo. Por ello, la decisión de ser sostenible, sería sólo fundada en el espíritu de agregar atributos de valor a la marca y a la reputación como rasgos de diferenciación, que no siempre son un factor clave a la hora de elegir de los consumidores.
En este contexto, hay una aspecto que parece fundamental, y ese es la importancia de transmitir y educar a la sociedad y los mercados sobre qué está pasando respecto de los gases invernadero, cómo está generando perjuicios a la vida la polución y cuáles son los resguardos necesario para detener y preservar a los ecosistemas en franco deterioro, en particular, poniendo énfasis respecto de qué consecuencias e impactos están generando y tendrán para cada uno de nosotros.
En esta perspectiva, es fundamental el mérito y relevancia que por un lado, tienen el sistema político de cada país, articulado desde sus respectivos gobiernos, en torno a que sean capaces de definir y mejorar políticas claras para sus mercados y en la coordinación global con otras economías que validen estos principios. Y de las empresas, en ser actores productivos, que respetan y honran prácticas sostenibles.
Los consumidores y la sociedad, deben entender el mérito de estas definiciones y consumir premiando a quienes respetan sus propios procesos productivos bajo políticas sostenibles transparentes, de modo que las empresas que contaminan o no adhieran a prácticas sostenibles, no tengan incentivos para seguir generando perjuicios sociales y medioambientales por su forma de producir y estén destinadas a desaparecer.
Sergio Vargas M., Magister en Comunicación Socio Global Business Comunicaciones & Gestión Sustentable