Pedro Serrano (Académico UTFSM)
Me recuerdo en los años setenta y ochenta, cuando militábamos en las filas de la energía solar y eólica en la Asociación Chilena de Energía Solar Aplicada (ACHESA). Proponíamos académicamente en nuestros congresos anuales, que el futuro sustentable para la patria era volcarse a los energéticos renovables como la energía solar y la energía eólica. Luego tomaron también cuerpo la biomasa, el biogas, las energías oceánicas, la geotermia, e incluso la tracción humana y animal.
Por supuesto éramos tratados de locos peligrosos y con suerte, de soñadores, Chile era un país que funcionaba a petróleo importado, carbón mineral, leña brutal y un esfuerzo hidroeléctrico liderado por el Estado y ENDESA, empresa de todos los chilenos. Durante las siguientes 4 décadas y hasta el día de hoy, la hidroelectricidad nunca superó el 10% del total energético nacional y con suerte y mucha lluvia, alguna vez logró ser el 50% del total eléctrico nacional. Durante la última mitad del siglo XX y estas primeras décadas del siglo XXI, la leña seguía siendo el 20% de toda la energía producida en Chile.
La dictadura militar logró traspasar, entre muchas otras, la histórica inversión estatal de ENDESA, al área privada a precio irrisorio, incluidos los derechos de agua e incluido el CEDEC, que era el control eléctrico total, lo que luego de dramáticas estafas, multas grotescas y engaños, pasó a ser propiedad privada con muchas aristas. Nuestro carbón mineral resultó demasiado contaminante y el poco petróleo de Magallanes pasó a ser casi nada, al tiempo que el país se metió en el negocio privado del gas natural, del cual tampoco disponíamos suficiente, el cual hoy en día llega licuado y por barco.
Durante ese período, todo el control geopolítico de la energía nacional pasó a formar fortunas privadas ligadas a la dictadura, como consigna “El saqueo de los grupos económicos al Estado de Chile”, Ediciones B (2001) de María Olivia Monkeberg. Chile pasó a importar y pagar a otros países casi el 80 % de su energía, se convirtió en un país dependiente, geopolíticamente débil y controlado internamente por un grupo pequeño de familias, que entre otras cosas, usando el dinero, coaptaron el control de la política financiando a sus agentes electos, mediante artimañas que están recién en 2015 en pleno develamiento.
Este panorama sigue hoy en día casi igual: el país sigue comprando en el extranjero petróleo, gas natural y carbón mineral, por miles de millones de dólares anuales. Y lo hace siendo, tal como lo augurábamos en los setenta del siglo pasado, uno de los países más ricos en Energías Renovables No Convencionales (ERNC) del planeta.
Lo bueno y esperanzador de esta historia es que por fin nuestro antiguo discurso de la ACHESA (Q.E.P.D.), está tomando realidades palpables y 30 años después ha iniciado, más vale tarde que nunca, su camino para desarrollar nuestros potenciales energéticos locales y sustentables, y dejar de ser un país energéticamente dependiente, lo que es vergonzoso disponiendo desde hace milenios de los recursos necesarios.
Tenemos y seguiremos teniendo por siglos un potencial solar mundialmente envidiable: 4.000 kilómetros de territorio golpeado por los vientos, los mismos 4.000 kilómetros de cara al océano y sus mareas, sus olas, sus corrientes y diferencias de temperatura. Tenemos, además, uno de los territorios más geotérmicos del mundo, un alto potencial de biomasa forestal, agrícola e industrial, y muchísima eficiencia energética por lograr. En resumen, somos un país rico, riquísimo, en las ya famosas ERNC.
Lo interesante es que de acuerdo con los datos de la Asociación Chilena de Energías Renovables (ACERA), que tiene una tendencia más empresarial que ACHESA, durante 2015 se completarán proyectos de ERNC por unos 3.334 MW en operación y estaríamos cerca de llegar a la meta del 20% de electricidad con ERNC. Es más, esta cantidad es casi 5 veces la potencia de la en su tiempo cuestionada hidroeléctrica Ralco (2004). Y yendo más allá, equivale ya al 75% prometido por Hidroaysén, con todo el desastre ambiental, embalses en la Patagonia y líneas de transmisión invasivas y kilométricas que revestía.
Es muy probable que ya en 2016 la instalación operativa de ERNC en Chile –ya sea energías eólica, solar o biomasa–, va a ser más conveniente en términos de tiempo y costos que la oferta de Hidroaysén, lo que debiera terminar por sepultar el maleado proyecto en la Patagonia. Vale decir, por fin, y esta vez por la acción privada innovadora, en un marco gubernamental, que bajó las artificiales barreras que protegían el modelo anterior, Chile va a invertir en su propia oferta energética local compitiendo y superando al mundo “convencional” termoeléctrico importado.
Dicho modelo, que incluye petróleo, gas y carbón, es sucio, contaminante, caro y dependiente, algo que nos mantenía en la era del fuego del desarrollo. Es de esperar que las ERNC pasen en poco tiempo a ser Energías Renovables “Convencionales” (ERC), y las de la era del fuego, con sus humos tóxicos, pasen a ser las No Renovables No Convencionales (NRNC) del futuro.
Lo convencional en un Chile del siglo XXI, debiese ser local, limpio y renovable. Lo ideal sería que estuviésemos hablando de energía chilena controlada por los chilenos que la pagan y son absolutos dueños de las fuentes. Pero bueno, la civilización, los desarrollos ambientales y socialmente sustentables, además de la soñada transparencia en el financiamiento de la política, son procesos lentos… aún.
Pedro Serrano es académico del Departamento de Arquitectura de la Universidad Santa María
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